miércoles, 12 de septiembre de 2012

¿Lo que quito, o lo que pongo?
 
 

Ayer estaba haciendo un regalo en madera en un torno y mientras lo hacía se me ocurrió que eso se parece mucho a la vida misma...

Todo comienza con un árbol de donde sale una rama... el árbol algún día desaparece (o lo desaparece alguien) y la rama se transforma en una tabla, que es como llegó a mis manos.

Tomé el pedazo de tabla y parecía precisamente eso: un pedazo de tabla... Nada especial. Simplemente una tabla cuadrada y ya. Sin pulir, sin arreglar, algo sucia por lo demás.

Empecé a trabajar con una herramienta que comenzó a sacar pedacitos de los bordes para convertir esa tabla cuadrada en una tabla redonda... entre más pedazos sacaba, más redonda quedaba.

Igual, nada especial. Pero en el piso había ya una pequeña montañita de madera y seguía acumulándose... La tabla redujo su tamaño y seguramente tambien su peso, pero comenzaba a mostrar en parte lo que podía ser. Pero, para llegar a serlo, tendría que perder aún más pedacitos de madera.

Al final, la montaña de pedazos que había quitado superaba en mucho el volumen del regalo terminado. Pero aún sin brillo ni ningún acabado, se veía muy bien, mucho mejor que la tabla con la que arranqué.
 
Finalmente, después de mucho sacar y mucho pulir, mi regalo quedó terminado. Independientemente de qué tan bien o mal haya quedado, dejó de ser una simple tabla. Ya no era más un pedazo de madera que venía de un árbol... es más, no se parecía en nada al árbol del cual salió.
 
Bueno, es aquí donde creo que esto se parece a la vida. Comenzamos como parte de alguien y en algún momento nos separamos de esa persona que nos llevó en su interior. De algún modo, nos convertimos en una "tabla que viene de un árbol" y esperamos a que comiencen a ocurrir cosas. Comenzamos a perder pedacitos, algunas veces, la pérdida de algunos de esos pedazos es muy dolorosa y tal vez nos preguntemos por qué la vida nos trata tan "mal". Por qué tenemos que perder esos pedazos con los que nos sentíamos tan cómodos. Por qué cuando miramos no somos más un pedazo de tabla cuadrada y es posible que hasta nos sintamos incómodos con la nueva forma... esas esquinitas que teníamos y que se veían tan sexy, ya no están... Ahora vemos "redondeces" con las que no estamos acostumbrados. Algunos tal vez busquen un cirujano plástico para que les solucione el problemita de la "redondez", pero la redondez interna, esa que nos hace ser lo que somos en ese momento, permanece. Esa no es sujeto del bisturí, y para ser honesto, la mayoría de las "redondeces" tampoco!
 
A medida que la montañita de "pérdidas" crece, tal vez comencemos a darnos cuenta de cómo hemos cambiado y algunos nos sintamos felices de ser lo que somos, tal vez otros sientan algo diferente y no estén a gusto con lo que son, otros pueden extrañar los pedacitos que han ido perdiendo y es posible que otros estén más dedicados a mirar los pedacitos de otros, o se enfoquen en cosas que quieren ser o que quisieran tener.
 
Pero, definitivamente, no son las cosas que no tenemos las que nos hacen lo que somos, son las cosas que vamos dejando por el camino las que crean nuestra esencia. Son los amigos que están, pero tambien los que ya se fueron, o los que ya no están o los que ya no son. Son las etapas pasadas, esas que ya pasaron y que no regresarán. Son las personas que un día fueron muy importantes y que en algún momento dejamos por el camino, las que nos pasaron parte de lo que eran y que hoy son parte nuestra aunque no podamos diferenciar exactamente cuál parte son.
 
No son las partes que no tenemos. No son las partes que quisieramos tener, tal vez nunca las tengamos, tal vez incluso, cuando las consigamos veamos que no nos hacen mejores ni nos hacen diferentes. En definitiva, si no nos desprendemos de los pedacitos que nos sobran, esos mismos pedacitos nos van a impedir llegar a ser lo que podemos ser, si dejamos que la vida haga su trabajo sin interferir con ella, no solo perderemos los mismos pedazos, aunque de manera más dolorosa, sino que es posible que no podamos disfrutar de las "redondeces" que nos da la vida. No se trata de convertirnos en meros espectadores, hay pedacitos con los que la vida debe esforzarse para poderlos pulir, quitar, cortar o arrancar. Pero, una vez que no están, es mejor ver cómo se ve la vida sin ellos, que dirigir la vista a la montañita de pedazos sobrantes y llorar para siempre por su ausencia o dejarnos llevar por su falta y aferrarnos a lo que ya no somos.
 
Antoine de Saint-Exupery dijo alguna vez: "La perfección se alcanza, no cuando no hay nada más que añadir, sino cuando ya no queda nada más que quitar".

lunes, 3 de septiembre de 2012


¿PARA QUÉ DIABLOS NOS EDUCARON?

Aún recuerdo cuando hace muchos años, más de los que quisiera recordar, reprobé cada una de las asignaturas en un periodo, salvo una: música... la reacción de mi mamá no se hizo esperar, me dijo: "Perfecto, mañana lo mando a la ópera".

Analicemos un poco este incidente que como diría Les Luthiers, no solo es verídico, sino que también es cierto. Reprobé matemáticas, español, historia, geografía, cívica (sí, en esa época enseñaban como ser buenos ciudadanos), geometría.... ¿Por qué? ¿Qué me llevó a reprobar tanta cosa? Aprobé música. ¿Cómo? Nunca he tenido una facilidad particular para eso... Incluso cuando canto el himno nacional de México me suena con la tonada de Adelita...

Y la respuesta de Doña Dolly... pareciera que la ópera es una especie de castigo, como una deshonra... y tu hijo? No me hables de él... es cantante de ópera, tuve que desheredarlo. Tal vez si en lugar de lograr mi compromiso de recuperar matemáticas, historia y demás (que tampoco cumplí, para ser honesto) me hubieran llevado a una escuela donde explotaran mi talento, hoy estaría de asesor de Shakira...

Cuando veo esto en retrospectiva me doy cuenta de algo. Mi mamá me quería castigar en la ópera no por su desprecio por los artistas, ni por su ignorancia acerca del mundo de las artes escénicas... lo hizo por lo mismo que nos aqueja a todos los padres hoy en día: un profundo desconocimiento del futuro. Educamos a nuestros hijos para que tengan éxito después de 5 años de primaria, 3 de secundaria, 3 de prepa, 5 de universidad y 3 o 4 de especialidad y maestría... los educamos para que triunfen dentro de 19 o 20 años, cuando no tenemos ni una sola idea de qué va a estar pasando en el mundo dentro de 2 años...

¿Qué derecho tenemos como padres para decirle a nuestros hijos que estudien matemáticas porque a punta de arte no van a llegar a ninguna parte?  ¿Se imaginan si los padres de García Márquez le hubieran dicho a Gabito a los 7 años: "¡Deja quieto ese lápiz, no escribas más pendejadas y ponte a estudiar las tablas de multiplicar!"? Tal vez Gabo sería hoy profesor de secundaria en Macondo y estaría siguiendo la tradición "profesoral" de andar por ahí castrando la creatividad de sus pupilos.

La escuela de hoy se basa en premisas falsas. Hace 50 años, ser profesionista era una garantía de éxito. La gente dejaba la universidad para entrar a una empresa y "tener éxito". Hoy, la gente se gradúa de la universidad para quedarse en la casa jugando con su X-Box... Y todos los despreciamos llamándolos "ninis", como si no fueran el producto de una educación que nosotros creamos, que nosotros hicimos lo que es hoy y que nosotros seguimos apoyando en nuestra ceguera, o en nuestro deseo de no ver que es absolutamente inoperante.

Por eso, creo que el hombre nace creativo e inteligente y la escuela lo educa para que deje de serlo... Sí, claro nos graduamos, pero se nos olvidó que el hombre es un ser integral, nos enseñaron que los errores "se pagan", y al hacerlo, nos enseñaron que arriesgarse es peligroso, con lo que nos quitaron la capacidad de aprender. Aprendemos de los errores, si no nos arriesgamos a cometerlos, no aprendemos. Solo seguimos la corriente, somos profesionistas porque nuestros padres lo fueron, o querían que nosotros lo fuéramos. No seguimos nuestros instintos ni nuestros deseos. No "nos hacemos caso". Estudiamos una carrera porque hoy los que la estudiaron hace 20 años tienen buenos puestos y ganan mucho dinero. Y, ¿en 15 años? Hace 50 años no había médicos pobres... hoy, los que salen de la escuela de medicina tienen un panorama algo gris, por decir lo menos.

Juan Pablo Montoya y Michael Schumacher solo tuvieron que sacar su licencia y hoy son exitosos, aunque eso no es lo más importante, lo importante es que hoy son felices porque hacen lo que les gusta. No tuvieron padres que les dijeran: "¡Deja de jugar con carritos y ponte a estudiar!".

Es hora de que el mundo deje de ser tan presumido. La ciencia ya ha comprobado que si se acaban las ranas, el hombre se extingue... en cambio, si se acaba el hombre, el mundo florece. No somos dueños de nada ni somos los "cuidadores de la creación" ese es un cuento chino que nos enseñó la iglesia, que dios nos puso como directores de orquesta en el mundo porque somos muuuuy inteligentes. Y por presumidos es que buscamos (de buena fe, claro) que nuestros hijos "triunfen", pero eso sí, que triunfen como nosotros queremos y en lo que a nosotros nos dé la gana, ¡por ningún motivo pueden hacerlo en la ópera!

viernes, 27 de julio de 2012


Las enseñanzas de mi mamá

En estos días, mirando una foto en el muro de una amiga, vi algo que me llevó inmediatamente a pensar en las muchas cosas que aprendí de mi mamá, "madre" para sus hijos y a quien casi todos llamaban cariñosamente "doña Dolly".

A pesar de que mi mamá no era una persona especialmente “letrada” e “ilustrada”, pues creo que la mayor parte de sus visitas a la secundaria las hizo a solicitud de los directivos del colegio donde yo estudiaba, para discutir mi buen comportamiento y excelentes calificaciones, o cuando los profesores, entusiasmados, me pedían encarecidamente que repitiera algún año, su sabiduría en asuntos de la vida era incomparable.

Mi mamá tenía una manera muy especial de fomentar en mí la independencia y la autonomía, cuando me decía, no sin particular gracia, "haga lo que le dé la gana mijo, usted verá". Esto me enseñó a leer entre líneas, ya que indefectiblemente, cada vez que yo hacía lo que me daba la gana, siguiendo su consejo, pasaba cuando menos un fin de semana castigado. De aquí aprendí que uno no puede hacer lo que le da la gana, al menos no siempre, y que la concertación siempre es mejor que la confrontación. Prueba de ello son sus consejos, todos inspirados en la antigua sabiduría popular, encarnada en frases que aún hoy recuerdo. Cómo olvidar, por ejemplo, cuando me decía, "mijo, acordate, lo importante no es mear, sino hacer espuma”. En efecto, he descubierto a lo largo del tiempo, que no basta tan sólo con hacer algunas cosas, es necesario que esas cosas se noten, en suma, hay que dejar alguna huella.

En cuanto a relaciones humanas, su sexto sentido, que nunca fallaba cuando de mis amigos o amigas se trataba, me enseñó a "leer" a las personas y a ver más allá de lo obvio, a ir más allá de la apariencia. Imposible olvidar como, con algunos de mis amigos, me decía: "no sé mijo, mi Dios me perdone, pero esa niña tiene algo, no me preguntés qué, pero tiene algo, a mí no me gusta”. Indefectiblemente, más adelante probaba ser cierto. No quiero ni imaginar qué tan lejos habría llegado si hubiera trabajado en la Secretaría de Relaciones Exteriores.

Hablando de capacidades, me enseñó que el "no puedo" es una mentira que nos inventamos a partir del miedo. Su particular manera de minimizar el miedo era muy sutil: "ve mijo, andá a la entrevista, total, el ‘no’ ya lo tenés asegurado, ¿qué podés perder?". Analizándolo, efectivamente, si ya conozco el resultado, el miedo a lo desconocido, o la incertidumbre de no saber cuál va a ser el efecto de algo, desaparecen. Esto me ha dado en la vida la oportunidad de hacer muchas cosas cuyo resultado desconocía y de lanzarme al vacío, venciendo el miedo y permitiéndome intentar cosas que de otro modo tal vez nunca habría experimentado.

En las cosas simples, era muy profunda. Alguna vez le reclamé, diciéndole: “Madre, no te despediste de Martita, ¿estás molesta con ella?”, a lo que respondió: "Mijo... el que llega saluda y el que se va se despide, yo estoy en mi casa, ella no se despidió, ¿yo por qué me tengo que despedir?”. Esto me mostró que para todo hay un orden, todo en la vida es un proceso y los procesos deben seguirse para que las cosas funcionen como es debido.

Ya pasando a temas algo más profundos, mi mamá me enseñó cómo cuidar lo importante. Su célebre frase “No podés cambiar la mama por una yegua mijo...” es aún casi que un lema en mi vida. A lo importante tiene que dársele prioridad sobre lo urgente... es decir, siempre va primero la “mama” que la "yegua"...

Finalmente, para dejar el tema por ahora y no porque se haya agotado, su muerte me enseñó acerca de la trascendencia. No trascendemos yendo al cielo (los que tienen pase... en mi caso, seguramente me tocaría una suite en “tierra caliente”), trascendemos en la memoria de los demás. Hoy, mi mamá, después de algo así como 20 años de haber muerto, continúa viva. Vive en los recuerdos de quienes conocimos a doña Dolly, vive en lo que aprendimos de ella y vive en lo que aún sentimos por ella: admiración y agradecimiento. Tal vez esas “suites en tierra caliente o en tierra fría” sean equiparables aquí a ser recordados con odio y desprecio, o con amor y admiración... Por eso, lo que sembremos en otros, las enseñanzas que dejemos a nuestros hijos y aquello por lo que nos recuerden, decidirá si tomamos el autobus a la playa.... o si definitivamente terminamos en “tierra caliente”.

jueves, 12 de julio de 2012

¿Puedo comprarte tu voto?


Cuando pensé en escribir esto, lo hice motivado por varias razones:


  1. Está muy de moda el tema, todos hablan de él, unos lo defienden y otros lo condenan, pero todos hemos estado expuestos a mucha publicidad y noticias al respecto.
  2. Hay cosas que me intrigan acerca de este tema. ¿Es posible? ¿Qué tan efectivo es? ¿Cómo lo controlan? ¿Cuánto vale una elección “comprada”?
  3. Detesto creerle al primero que viene y me dice que “A” compró  votos, o que “B” no lo hizo.
  4. Es una práctica común en muchos países (¿en todos?).


Antes de comenzar, quiero aclarar que no pienso involucrar ninguna opinión política a este respecto. No quiero ni defender ni atacar a ningún candidato de ninguna elección, simplemente busqué hacer que el asunto me quedara más claro y comencé a buscar fuentes confiables y con el menor sesgo posible, por lo que no utilicé ninguna fuente mexicana que pudiera verse influenciada por las recientes elecciones y los sucesos que todos conocemos. Este escrito no refleja mi posición política ni mis preferencias ni mis simpatías. Es simplemente una explicación de un fenómeno mundial, descrito en términos simples y sin ningún apasionamiento partidista.


Dicho esto, entremos en materia.


Cuando pienso en la compra de votos, algo viene inmediatamente a mi mente: Si te compro tu voto, ¿cómo controlo por quién votas, especialmente en un país donde el voto es secreto? La respuesta la encontré en YouTube: Con una foto del voto, te mandamos con un niño que controle el asunto, por porcentaje de votos en la casilla, etc.


La verdad, no me convencen, lo de la foto presenta tantos problemas logísticos que casi me atrevería a decir que salvo en contadas ocasiones, es prácticamente imposible garantizar un grado de efectividad medianamente decente. No olvidemos que quienes compran votos no son tontos, ellos están “invirtiendo” en un “negocio” y por lo tanto, quieren ver que su inversión no se diluya.


Otra pregunta que viene a mi mente es: ¿A quién le compro el voto? ¿A los de mi partido? ¿A los oponentes? ¿A los indecisos?


A los de mi partido, no tiene caso, no es necesario. Con los seguidores de los otros candidatos, si mi opositor u opositores hicieron bien su trabajo, seguramente no podría lograrlo, o sería demasiado caro e incierto. Quedan entonces los indecisos. En el caso de México, según las últimas encuestas antes de la elección, eran más o menos un 15% quienes marcaban la consabida “No sabe / No responde”. Ahora bien, hablamos de indecisos, es decir, tienen ciertas simpatías, pero aún no deciden cuál es la que más les gusta. Entonces, volviendo al caso mexicano, ese 15% podría estar dividido entre 4 candidatos para el caso de la presidencia. Así que un 25% de los votos que yo “compre” pueden ser a indecisos simpatizantes de mi partido o candidato, que aún sin vender su voto, habrían votado por él de todas maneras (mala inversión).


Ahora viene lo del precio... Vi videos que hablaban de 1000 pesos, de 1500 pesos, de 800 pesos.... incluso de 1800 pesos.


El tema del precio me lleva ineludiblemente al tema de la cantidad de votos que necesito. ¿Cuántos votos me hacen presidente? ¿Con cuántos votos es suficiente?


Volvamos al caso de la elección pasada. Las encuestas hablaban (al igual que los dos candidatos que ocuparon el segundo y el tercer lugar) de un empate técnico y otras encuestas confiables ponían al candidato ganador un par de puntos por encima del segundo. Es decir, el candidato ganador (quien ha sido precisamente acusado de compra de votos) no necesitaba comprar (según estos datos) demasiados votos, bien sea para “desempatar” o para aumentar la ventaja y evitar que se presentara el problema de las elecciones de hace 6 años, cubiertas por el velo de la duda.


En un estudio de Brusco, Nazareno y Stokes de 2004 se menciona una encuesta hecha en Argentina acerca de la efectividad de la compra de votos y descubrieron que apenas un 16% de los encuestados afirmaron haber sido efectivamente influenciados por la compra de su voto. Es decir, que de cada 100 votantes que yo pretenda comprar, solamente 16 votarán por mi candidato. Aún en términos de control de calidad chino, es pésimo el resultado.


Ya tenemos algunos datos con los cuales podemos jugar un poco:


Efectividad de la compra: 16%


Valor de los votos: Alrededor de 700 pesos, solo a manera de ejemplo (los videos van desde 300 a 1600 pesos o más)


Cantidad de votos por comprar: aquí me permití hacer un pequeño ejercicio. Según el diario El País del jueves 12 de julio de 2012, El candidato en segundo lugar acusa al candidato que ocupa el primer lugar de haber comprado 5.000.000 (cinco millones) de votos. Para hacerlo, éste habría tenido que “comprar” 31.250.000 votantes para esperar que el 16% fuera efectivo. La logística de esto es inimaginable.


Más aún, vayamos a la aritmética de primaria que me enseñó Miss Amanda:


700 pesos por cada voto comprado / 16% de votos reales por voto comprado, para comprar 5.000.000 de votos. En este ejemplo en particular, cada voto valdría realmente 4.375 pesos. Si multiplicamos 4.375 X 5.000.000 y lo dividimos por 13.29 (tasa dólar interbancario hoy), obtenemos un resultado de: US$ 1.645.974.416.85 es decir, más o menos mil seiscientos cincuenta millones de dólares, o como dirían los gringos más de 1.5 billones de dólares. La suma simplemente no logro terminar de digerirla, tal vez porque mi presupuesto es muy magro, o tal vez porque nunca he vendido mi voto... El caso es que simplemente considero prácticamente imposible que alguien pueda reunir esa suma para una campaña electoral, independientemente de los medios que emplee para ello.


Lo anterior no implica en modo alguno que no exista, o que no haya existido esta detestable práctica de comprar votos y conciencias, simplemente muestra que de ninguna manera puede ser de la magnitud que algunos quieren mostrarla. Esto no hace menos detestable el hecho, solo lo pone en su justa dimensión.


Ser crédulo no implica ser ciego. Ser crítico no implica ser incrédulo. Una buena mezcla entre un buen criterio y algo de credulidad será siempre mejor que seguir ciegamente a quienes quieren llevar a un país maravilloso por los peligrosos y sinuosos caminos de la polarización y el enfrentamiento.


Media verdad siempre será más dañina que una mentira. Es innegable que se compraron votos en estas elecciones (es una práctica común en muchos países, diría que en todos), pero considero una afrenta a mi inteligencia escuchar que solamente una persona lo hizo, o aceptar que la magnitud es la que obtuvimos con lo aprendido de Miss Amanda. Como decía mi bisabuela, “En todas partes se cuecen habas mijo”.


Es el momento para construir. El momento para destruir deberíamos dejarlo a nuestros abuelos, ya ellos destruyeron suficiente. Esta generación nueva (hablo de los que vienen, yo ya debo hacer parte de la tan cacareada generación quemada) está para construir, para mejorar y para mirar hacia adelante. El pasado, está mejor en el pasado. Dejémoslo allá.

viernes, 22 de junio de 2012


Ser una mejor persona

¿Cuántas veces habré oído esta frase?


La pregunta del millón es ¿qué significa realmente ser una mejor persona?


La verdad, creo que soy lo que soy. No puedo ser nada más que eso... y aquí viene la parte que considero más interesante.


Me veo a mí mismo como una especie de mecano, o de Lego. Un conjunto de lo que los ingenieros llaman bloques de construcción. Tengo mis bloques y a veces adquiero algunos bloques nuevos. Unos bloques me gustan, otros no me gustan. Unos bloques me provocan un cierto placer narcisista y otros me llenan de culpa.


Si comparo lo que soy –ese conjunto de bloques de construcción- con lo que tengo en el departamento.... veo que no es mucha la diferencia. Hay muebles y adornos o cuadros que me gustan y me producen placer, y hay otros que, en cambio, me desagradan, sin embargo, el conjunto en general es el que me permite ser feliz en el lugar en que vivo. No es un sillón en particular, así sea de Herman Miller, ni un adorno específico, así sea horrible y me lo haya regalado la tía Pancha, esa, la naca de mal gusto que nunca falta a la hora de recibir regalos...


Pasa lo mismo conmigo. Tengo mis súper sillones, podría ser que yo sea generoso, o que sea sagaz, o buen negociante, o un excelente deportista, o un erudito, o cualquier cosa que me haga sentir muy bien o muy orgulloso. Al lado de esto, tengo mis regalos-de-tía-pancha... puedo ser rencoroso, inseguro, avaro, o cualquier otra cosa que me cause ese sentimiento de culpa que me hace sentir mal y que no me permite ser realmente feliz por andar pensado en que debería ser diferente.


Aquí comienza lo que llamo el síndrome del soymalo, que a veces viene con síntomas tales como el sifuera, el tendríaqueser y algunos proquéseréasís, que comienzan a ocupar mi tiempo y mis pensamientos y me impiden disfrutar tranquilo y feliz de mi sillón favorito (ese que sí me encanta).


En este punto cualquiera diría que el asunto es fácil, se trata de tirar todos los regalos de tía Pancha y los lindos adornos que la muchacha rompió alguna vez y que como buena idiota con iniciativa decidió pegar con cualquier porquería que encontró en algún cajón, prácticamente destruyéndolos y dejándolos inservibles para mis fines: disfrutarlos y recordar los buenos momentos cuando los recibí o los compré luego de mucho codiciarlos. Es una idea, pero... creo que el departamento ya no sería lo mismo sin ellos, descontando el hecho de lo triste que se pondrá la tía cuando venga de visita y clave los ojos en el sitio donde acostumbraba a estar ese “hermoso” jarrón verde con musa desnuda en bajorrelieve rosa.


Volviendo a lo que tengo, si no soy tan rencoroso como siempre, o si no soy tan explosivo, o si no soy tan agresivo, o si no tengo mis odios tan arraigados... pues simplemente dejo de ser yo. Sí, claro, podrán verme “mejor” los demás, pero no me estarán viendo a mí, estarán viendo un remedo (y bastante malo, por cierto) de quien realmente soy.


Aquí entra entonces una pregunta: ¿Para qué carajos quiero ser una mejor persona? Para “darle gusto” a mi prima; para hacer feliz a mi esposa; para darle buen ejemplo a mis hijos, o para ser feliz yo.


Si la respuesta fue alguna de las primeras.... búscate un terapeuta, la codependencia es tratable, créeme (conozco una excelente).


Si la respuesta es la última, ¡vas por buen camino!


Ya vimos que ser mejor persona no es un asunto de tomar todo lo que a otros no les gusta y eliminarlo. En mi opinión, soy mejor persona si reconozco mis regalos de Tía Pancha y aprendo a vivir con ellos, si soy capaz de ponerlos en alguna mesa en el depa y no necesito vomitar cada vez que los vea, si puedo llegar incluso a combinarlos de tal forma con otras cosas que llegue a decir algún día que realmente no se ven mal. En suma, es un asunto, en principio, de auto-aceptación. Esto que hay del borde superior de la piel hacia adentro, soy yo. Y cuando hablo de adentro, hablo de lo que soy físicamente, de lo que siento y de lo que pienso. Si detesto a alguna pinche gorda loca.... pues la detesto, tengo mis razones para hacerlo, no voy a ser mejor persona si mañana la visito y la agarro a besos, para salir de allá sintiendo náuseas. Si acepto que la detesto, si me evito las náuseas, si conscientemente voy al fondo de lo que siento y veo sus bases y puedo ponerlo en alguna mesita en la que quede bien, sin estorbarme ni incomodarme... ¡ese odio se vale! Y lo más importante de todo... ¡es mío! De alguna manera me define, ese soy yo, no el nuevo yo que debo ser para ser mejor persona según mis amigos, mi familia o mi pareja. Yo soy yo. Y me tengo que gustar a mí mismo. Si alguien está conmigo entonces, será porque le gusta lo que soy, no porque le di gusto siendo lo que no soy.
La auto-aceptación es el primer paso... Pretender cambiar algo que no me gusta, es luchar contra mí mismo, y mi mí mismo es generalmente más fuerte que yo, eso hace que sea una pelea perdida. Tengo que cambiar la forma en la que me veo para que lo que veo en mí cambie. No es un trabajo fácil. Me tomó año y medio de terapia solo llegar a darme cuenta de algunos de mis regalitos de la tía Pancha... Desde entonces, les he estado buscando un lugarcito donde no estorben, ya tengo algunos más o menos ubicados... lo que me queda de vida me dará tiempo para ubicar algunos más y en la medida que lo vaya haciendo, voy a ser una mejor persona. Una mejor persona para mí, claro. Eso es lo importante, al menos, es lo que creo.

miércoles, 20 de junio de 2012

Un amor inesperado


UPS... ¡ME ENAMORÉ!



Cuando me casé, hace ya casi 5 años, me comprometí a ser fiel...


Eso es algo que se da por sentado, uno se casa solo con una persona, al menos así pasa en la mayoría de las legislaciones modernas. Cuando uno se casa se compromete con UNA sola persona. En general es así. En mi caso, pensé que sería igual, que tendría solo un amor en mi vida. Así fue al principio... luego llegué a México y bueno... digamos que hoy, luego de casi 5 años puedo decir que casi lo logro. Que estuve a punto de lograrlo. Si no hubiera sido por México, lo habría logrado, pero me encontré primero con una ciudad como el DF y más tarde con todo un país como México y por mucho que me esforcé para continuar siendo fiel... terminé sucumbiendo a sus encantos, a su diversidad, a sus paisajes, a su clima, a su comida y, especialmente, a su gente.


Sí, soy infiel. Sí, no logré permanecer enamorado solo de la persona con quien me casé. México me lo impidió. Como una buena amante, se fue metiendo, despacio y a escondidas al principio y profundamente más adelante hasta embrujarme. Hoy, creo que ni siquiera una limpia de aquellas de Catemaco, o de las de silla de madera en el zócalo capitalino podría sacarme a México de mis quereres.


Muchos millones de personas viven en el DF... Ese es el encanto, el metro repleto, apestoso, pero diverso y con un cierto encanto incomprensible, pero encanto al fin. Los congestionamientos, si, echamos m... mientras estamos en ellos, pero... el DF no sería igual, ni tendría el mismo sabor si no existieran. Y qué decir de su gente. Gente amable, afectuosa, que muestra lo que siente por uno. Franca, abierta a lo que seas y capaz de aceptarte sin importar cuán diferente puedas ser. Sentirme incluido en esta ciudad no fue problema.


Caminar por Coyoacán, ver cómo la historia se revela en cada esquina, sentir cómo cada balcón o cada ventana te transporta a otras épocas, ver cómo cada esquina podría ser en sí misma un museo, como dice el comercial... no tiene precio.


El centro, el zócalo – sí, lleno de huelguistas, o de ambulantes, o de aspirantes a chamanes con cierta mezcla de médicos brujos ofreciendo su magia por una monedas – las banderas monumentales, de esas que solo en México son tan grandes, las increíbles mezclas entre religión, magia e historia de una catedral asentada sobre una pirámide donde se conjugan Tlaloc, Huitzilopotchli y otros con nombres aún más impronunciables para alguien que no haya nacido a la sombra del Popocatepetl o que no haya ido a comer elotes a Tlacoquemecatl, con Jesús, la Virgen de Guadalupe y santos como Juan Diego; Plaza Mayor, desenterrada por azar; cafecitos que invitan a revivir eventos como el balazo de Pancho Villa, que aún hoy está intacto en el techo de la Ópera... Todo esto enamora. No me culpen a mí. Yo tan solo caminé por ahí, yo solo visité el Samborns de los azulejos, solo miré la ciudad desde la Latino tratando de vencer mi miedo a las alturas, yo solo fui a Bellas Artes a maravillarme con el Ballet Folclórico de México, yo solo caminé por Reforma, a tiro de piedra de la plaza, pero a siglos de distancia en cuanto a arquitectura y modernidad.


El periférico, con sus trayectos a vuelta de rueda que para los “chilangos” son un motivo para “echar madres”, pero que para mí son una oportunidad para maravillarme con la vista que puede tenerse en una calle colgada en el quinto piso, que muestra en muchos lugares la inmensidad de una ciudad que no tiene fin, que se pierde en la distancia y que me recuerda que soy muy pequeño, pero que tengo la suerte de ser parte de este DF.


Los amigos, que por esa inmensidad a veces se mantienen lejos, pero que cuando uno los ve, sabe que siempre han estado cerca. Un saludo en México es todo un rito. Para alguien que como yo no estaba acostumbrado, era algo incomprensible... un apretón de manos, un abrazo y, como si hubiera hecho falta algo de contacto, ¡otro apretón de manos! Eso es algo que lo acerca a uno a la gente, es algo que te dice que el otro no tiene nada escondido, eso habla de la franqueza, de la apertura y de la receptividad del mexicano.


Por todo esto... no me culpen por ser infiel, culpen a México. ¡Es México quien tiene la culpa!