Las enseñanzas de mi mamá
En estos días, mirando una foto en el muro de una amiga, vi algo que me
llevó inmediatamente a pensar en las muchas cosas que aprendí de mi mamá, "madre" para sus hijos y a quien casi todos llamaban cariñosamente "doña
Dolly".
A pesar de que mi mamá no era una persona especialmente “letrada” e
“ilustrada”, pues creo que la mayor parte de sus visitas a la secundaria las
hizo a solicitud de los directivos del colegio donde yo estudiaba, para
discutir mi buen comportamiento y excelentes calificaciones, o cuando los
profesores, entusiasmados, me pedían encarecidamente que repitiera algún año, su sabiduría en asuntos de la vida era incomparable.
Mi mamá tenía una manera muy especial de fomentar en mí la independencia
y la autonomía, cuando me decía, no sin particular gracia, "haga lo que le
dé la gana mijo, usted verá". Esto me enseñó a leer entre líneas, ya que
indefectiblemente, cada vez que yo hacía lo que me daba la gana, siguiendo su
consejo, pasaba cuando menos un fin de semana castigado. De aquí aprendí que
uno no puede hacer lo que le da la gana, al menos no siempre, y que la
concertación siempre es mejor que la confrontación. Prueba de ello son sus
consejos, todos inspirados en la antigua sabiduría popular, encarnada en frases
que aún hoy recuerdo. Cómo olvidar, por ejemplo, cuando me decía,
"mijo, acordate, lo importante no es mear, sino hacer espuma”. En efecto,
he descubierto a lo largo del tiempo, que no basta tan sólo con hacer algunas
cosas, es necesario que esas cosas se noten, en suma, hay que dejar alguna
huella.
En cuanto a relaciones humanas, su sexto sentido, que nunca fallaba
cuando de mis amigos o amigas se trataba, me enseñó a "leer" a las
personas y a ver más allá de lo obvio, a ir más allá de la apariencia. Imposible
olvidar como, con algunos de mis amigos, me decía: "no sé mijo, mi Dios me
perdone, pero esa niña tiene algo, no me preguntés qué, pero tiene algo, a mí
no me gusta”. Indefectiblemente, más adelante probaba ser cierto. No quiero ni
imaginar qué tan lejos habría llegado si hubiera trabajado en la Secretaría de
Relaciones Exteriores.
Hablando de capacidades, me enseñó que el "no puedo" es una
mentira que nos inventamos a partir del miedo. Su particular manera de
minimizar el miedo era muy sutil: "ve mijo, andá a la entrevista, total, el
‘no’ ya lo tenés asegurado, ¿qué podés perder?". Analizándolo,
efectivamente, si ya conozco el resultado, el miedo a lo desconocido, o la
incertidumbre de no saber cuál va a ser el efecto de algo, desaparecen. Esto me
ha dado en la vida la oportunidad de hacer muchas cosas cuyo resultado
desconocía y de lanzarme al vacío, venciendo el miedo y permitiéndome intentar
cosas que de otro modo tal vez nunca habría experimentado.
En las cosas simples, era muy profunda. Alguna vez le reclamé,
diciéndole: “Madre, no te despediste de Martita, ¿estás molesta con ella?”, a
lo que respondió: "Mijo... el que llega saluda y el que se va se despide,
yo estoy en mi casa, ella no se despidió, ¿yo por qué me tengo que despedir?”.
Esto me mostró que para todo hay un orden, todo en la vida es un proceso y los
procesos deben seguirse para que las cosas funcionen como es debido.
Ya pasando a temas algo más profundos, mi mamá me enseñó cómo cuidar lo
importante. Su célebre frase “No podés cambiar la mama por una yegua mijo...”
es aún casi que un lema en mi vida. A lo importante tiene que dársele prioridad
sobre lo urgente... es decir, siempre va primero la “mama” que la "yegua"...
Finalmente, para dejar el tema por ahora y no porque se haya agotado, su
muerte me enseñó acerca de la trascendencia. No trascendemos yendo al cielo
(los que tienen pase... en mi caso, seguramente me tocaría una suite en “tierra
caliente”), trascendemos en la memoria de los demás. Hoy, mi mamá, después de
algo así como 20 años de haber muerto, continúa viva. Vive en los recuerdos de
quienes conocimos a doña Dolly, vive en lo que aprendimos de ella y vive en lo
que aún sentimos por ella: admiración y agradecimiento. Tal vez esas “suites en
tierra caliente o en tierra fría” sean equiparables aquí a ser recordados con odio
y desprecio, o con amor y admiración... Por eso, lo que sembremos en otros, las
enseñanzas que dejemos a nuestros hijos y aquello por lo que nos recuerden,
decidirá si tomamos el autobus a la playa.... o si definitivamente terminamos en “tierra
caliente”.