domingo, 26 de enero de 2014

La muerte desde la perspectiva de un pesimista...

Se acerca mi cumpleaños número 54...



Ese número en sí mismo no es muy importante, podría ser 53, o podría ser 55. Sin embargo, ver cómo a cada paso el número aumenta por encima del quinto piso y me acerca cada vez más al sexto piso de un edificio que verdaderamente, y por mucho que la medicina haya podido hacer para hacerlo crecer, me hace pensar en lo poco que queda para llegar al techo y salir de la ciudad...
Como dicen en México: ¡No está padre!

Hay muchas emociones y otras tantas preguntas que me asaltan cuando pienso en mis números (y pienso en ellos con más frecuencia de la que me gustaría)

Mi linda terapeuta de siempre lo llamaría seguramente "crisis existencial". Muchos de mis amigos lo llamarían pesimismo. Mis hijos me dirían: "Papi, no digas pendejadas". Mi esposa me diría (de hecho lo hace): "¿Y de dónde sacas esas ideas? todavía nos queda mucho tiempo para disfrutar, estás muy joven para pensar bobadas!"

Pues bien, cuando pienso en mi mortalidad, cercana si miro que he vivido ya casi 54 y que cualquier cosa que pueda vivir a partir de hoy será muchísimo menos de lo que he vivido y que se ha pasado como un suspiro... no me queda más que pensar bobadas y decir pendejadas. 

Veamos algunas de ellas.

Hago planes para el futuro, como comprar una cabaña rústica para vivir mis últimos años de forma más simple y con menos estrés y no puedo dejar de pensar en que, aunque es un sueño de vieja data, tal vez no me alcancen los años que me quedan para lograrlo. Este razonamiento me lleva indefectiblemente al pasado. Un pasado que me dejó dos hijos magníficos, muchísimos amigos a quienes aprecio y quiero, gente que también me quiere y grandes experiencias tanto profesionales como personales. Sin embargo, no dejo de pensar que tal vez no hice las cosas como he debido de hacerlas. Volviendo a mi terapeuta, ella en su papel de humanista empática me diría: "hiciste en el pasado lo mejor que podías hacer con las herramientas que tenías a tu alcance en ese momento". Flaco consuelo (en mi vida casi todo es flaco, ojo, casi todo!).

Veo los triunfos de mis hijos y me pregunto qué tanto más lejos habrían llegado si pudiera educarlos nuevamente con la experiencia que tengo hoy. Tal vez hoy me sentiría orgulloso no solo de ellos, sino también de mi papel en su vida. A veces me reprocho muchas cosas. "Veo que a veces la culpa te asalta, aunque sea una culpa que sólo tu veas", diría mi terapeuta. Pues si, tal vez sea yo quien la ve... Mis hijos no lo han dicho nunca. Eso no quiere decir que yo haya hecho todo bien, solo que aprendieron la nobleza de parte de su madre, porque me queda claro que yo noble y perdonador no soy.

Miro algunas cosas que he debido comenzar hace tiempo y solo puedo verlo con algo de tristeza... ya no tendré tiempo de comenzarlo. Algo similar ocurre con posibles inversiones, cambios en mi vida, viajes, lugares para conocer, deportes nuevos para practicar... No se si no tenga tiempo para hacerlo, pero si sé que no tendré cuerpo para lograrlo (bueno, nunca he tenido cuerpo para muchas cosas, no es de a gratis que me dicen "Flaco").

Todo esto me lleva siempre a ver el momento de la muerte, que es inevitable para todos, como algo cercano e incluso familiar para  mí. ¿Cuánto quedará? Ni idea, pero cualquier cantidad de tiempo que quede será poco!

Sin embargo, y para seguir con mi terapeuta, trato de ver un poco más el fondo que la figura y trato de buscar más figuras en medio del fondo... Un fondo con muchas cosas, de las cuales hay algunas que hacen que haber llegado casi al descanso de la escalera entre el quinto y el sexto piso haya valido la pena.

No he tenido una vida mala... Aprendí mucho de mis padres. Si he de ser sincero, aprendí mas de ellos después de que ya no estaban aquí que cuando los tuve cerca. He aprendido muchas cosas de mis hijos. Han sabido enseñarme mil cosas de forma silenciosa (diferente de lo que fuera mi estilo cuando era yo quien pretendía enseñarles). Me enseñaron que la seriedad y el buen humor no pelean, sino que más bien andan de la mano. Me enseñaron que no hablar todos los días no implica distancia, implica respeto por el tiempo y espacio de los demás. Me enseñaron que el amor no hay que pregonarlo, se siente a la distancia que sea solo por el tono de la voz. Un par de buenos maestros mis hijos... Definitivamente la vida tiene que valer la pena cuando algo así sale de ella.

De Carmen he aprendido mucho. Pero sobre todo, he aprendido que a veces el silencio dice más que las palabras. Aprendí que los sueños son algo que hay que tener como meta, pero que lograrlos o no no es tan importante como gozarse el proceso de buscarlos y gozar con cada brinco que se da para alcanzarlos... Tal vez por eso ella sigue con sus sueños sin pensar en si le alcanzará el tiempo o no. Carmen y México me enseñaron que el lugar no es importante. Lo importante es lo que uno hace allí donde se encuentra. Y que por eso sólo debe uno hacer cosas que valgan la pena para uno mismo. El resto va llegando, si debe llegar, si conviene. En palabras de ella misma: "Deja que todo fluya y verás como las cosas se acomodan".

Pero claro, yo en mi pesimismo, no dejo de repetirme: "Si, lo dejo fluir, pero y si no se alcanzan a acomodar?" 

En fin, he aprendido mucho en mi vida, ahora espero que me de tiempo para poner en práctica lo que tantas personas importantes para mí me han enseñado. Termino una vez más con algo que decía mi mejor maestra, Doña Dolly: "Mijo, en la vida lo importante no es mear, sino hacer espuma". Espero hacer mucha espuma en lo que me queda, pero serán ustedes, mis amigos y la gente que me quiere, quienes podrán dictaminar qué tanta espuma hice después de que yo haya llegado al techo y haya dejado de estar aquí.