UPS... ¡ME ENAMORÉ!
Cuando me casé, hace ya casi 5 años, me comprometí a ser fiel...
Eso es algo que se da por sentado, uno se casa solo con una persona, al
menos así pasa en la mayoría de las legislaciones modernas. Cuando uno se casa
se compromete con UNA sola persona. En general es así. En mi caso, pensé que
sería igual, que tendría solo un amor en mi vida. Así fue al principio... luego
llegué a México y bueno... digamos que hoy, luego de casi 5 años puedo decir
que casi lo logro. Que estuve a punto de lograrlo. Si no hubiera sido por
México, lo habría logrado, pero me encontré primero con una ciudad como el DF y
más tarde con todo un país como México y por mucho que me esforcé para
continuar siendo fiel... terminé sucumbiendo a sus encantos, a su diversidad, a
sus paisajes, a su clima, a su comida y, especialmente, a su gente.
Sí, soy infiel. Sí, no logré permanecer enamorado solo de la persona con
quien me casé. México me lo impidió. Como una buena amante, se fue metiendo,
despacio y a escondidas al principio y profundamente más adelante hasta
embrujarme. Hoy, creo que ni siquiera una limpia de aquellas de Catemaco, o de
las de silla de madera en el zócalo capitalino podría sacarme a México de mis
quereres.
Muchos millones de personas viven en el DF... Ese es el encanto, el
metro repleto, apestoso, pero diverso y con un cierto encanto incomprensible,
pero encanto al fin. Los congestionamientos, si, echamos m... mientras estamos
en ellos, pero... el DF no sería igual, ni tendría el mismo sabor si no
existieran. Y qué decir de su gente. Gente amable, afectuosa, que muestra lo
que siente por uno. Franca, abierta a lo que seas y capaz de aceptarte sin
importar cuán diferente puedas ser. Sentirme incluido en esta ciudad no fue problema.
Caminar por Coyoacán, ver cómo la historia se revela en cada esquina,
sentir cómo cada balcón o cada ventana te transporta a otras épocas, ver cómo cada
esquina podría ser en sí misma un museo, como dice el comercial... no tiene
precio.
El centro, el zócalo – sí, lleno de huelguistas, o de ambulantes, o de
aspirantes a chamanes con cierta mezcla de médicos brujos ofreciendo su magia
por una monedas – las banderas monumentales, de esas que solo en México son tan
grandes, las increíbles mezclas entre religión, magia e historia de una
catedral asentada sobre una pirámide donde se conjugan Tlaloc, Huitzilopotchli
y otros con nombres aún más impronunciables para alguien que no haya nacido a
la sombra del Popocatepetl o que no haya ido a comer elotes a Tlacoquemecatl,
con Jesús, la Virgen de Guadalupe y santos como Juan Diego; Plaza Mayor,
desenterrada por azar; cafecitos que invitan a revivir eventos como el balazo
de Pancho Villa, que aún hoy está intacto en el techo de la Ópera... Todo esto
enamora. No me culpen a mí. Yo tan solo caminé por ahí, yo solo visité el
Samborns de los azulejos, solo miré la ciudad desde la Latino tratando de
vencer mi miedo a las alturas, yo solo fui a Bellas Artes a maravillarme con el
Ballet Folclórico de México, yo solo caminé por Reforma, a tiro de piedra de la
plaza, pero a siglos de distancia en cuanto a arquitectura y modernidad.
El periférico, con sus trayectos a vuelta de rueda que para los “chilangos”
son un motivo para “echar madres”, pero que para mí son una oportunidad para
maravillarme con la vista que puede tenerse en una calle colgada en el quinto
piso, que muestra en muchos lugares la inmensidad de una ciudad que no tiene
fin, que se pierde en la distancia y que me recuerda que soy muy pequeño, pero
que tengo la suerte de ser parte de este DF.
Los amigos, que por esa inmensidad a veces se mantienen lejos, pero que
cuando uno los ve, sabe que siempre han estado cerca. Un saludo en México es
todo un rito. Para alguien que como yo no estaba acostumbrado, era algo
incomprensible... un apretón de manos, un abrazo y, como si hubiera hecho
falta algo de contacto, ¡otro apretón de manos! Eso es algo que lo acerca a uno
a la gente, es algo que te dice que el otro no tiene nada escondido, eso habla
de la franqueza, de la apertura y de la receptividad del mexicano.
Por todo esto... no me culpen por ser infiel, culpen a México. ¡Es
México quien tiene la culpa!
Aunque sea yo la directamente afectada en la trama de esta historia de amor, por no decir la "cornuda", jajaja, me regocija el amor que nació por esta hermosa tierra... mi tierra.
ResponderEliminarMucho puedo decir de mi México querido, y al mostrarme todo lo que te ha enamorado e impresionado, es como si subrayaras pasajes que de tanto ver yo ya no veía... y ésto me ha hecho reencontrarme con lo mío y valorar lo que tengo.
He de confesarte, dicho sea de paso, que también yo te he sido infiel... porque al enamorarme de ti me enamoré de mi tierra e incrementé mi orgullo por ser mexicana. Desde luego expandí mis horizontes, pues me enamoré también de Colombia, de su verde paisaje, de su cielo intensamente azul, de sus deliciosas frutas y café, de su cadencia al hablar, como enlazando las palabras, pero sobre todo de la calidez de su gente. Sí... también yo te he sido infiel... así que estamos a mano!! jajajaja